Fermín era un joven cangrejo que vivía en un arenal del fondo del mar.
A medida que su cuerpo iba creciendo su caparazón le quedaba más y más estrecho. Una mañana, decidido, tomó tan gran cantidad de agua que consiguió resquebrajarlo, y, por fín, pudo desprenderse de su ceñida coraza.
Cuando notó las frescas aguas sobre su ligero cuerpecillo le invadió una divertida sensación de libertad y feliz correteaba por todas partes.
Pero el nuevo caparazón que se formaba sobre él era muy blandito y cualquier pulpo o pez hambriento que lo viera podría comérselo con facilidad.
Al amanecer, fue a buscar un buen lugar donde protegerse, mientras su nuevo caparazón se endurecía.
No muy lejos vio una botella de cristal, sin pensarlo, entró por el larguirucho cuello. Dentro se sentía a salvo, además de fascinado al ver que todo cuanto miraba verdeaba.
Apenas salía para comer sus algas favoritas.
Pero un día pensó: "Un caparazón duro no cabe por el estrecho cuello de una botella...", con lo que, no tenía más remedio que seguir buscando otro lugar donde vivir.
Paseando por el arrecife vio una larga hilera de erizos dirigiéndose al bosque de algas, Fermín, que les temía, se mantuvo a una distancia prudente de ellos.
Una vez desaparecieron de su vista siguió su camino, cuando a los pocos pasos un destello llamó su atención.
– ¡Una preciosa concha de ostra!
Tiró con fuerza de ella y se acurrucó dentro. Sintió tal suavidad que le invadió un inmenso sueño.
Pero las constantes corrientes marinas abrían la ostra de par en par y no podía pegar ojo ni de noche, ni de día.
Cansado ya de tanto ajetreo, al amanecer, salió a buscar otro lugar más tranquilo donde vivir.
Estaba comiendo unas ricas algas cuando vio una elegante caracola rosada, caminó de lado tan deprisa como pudo y se metió dentro.
– ¡Ay, ay, ay!, ¿quién eres?, ¿y qué haces en mi caracola?
– ¡Caramba!, ¿tu quién eres?
Lo que no sabía Fermín era que junto al bosque de algas, en la caracola rosada, vivía Federica, una cangreja ermitaña.
– ¡Soy Federica e igual que has entrado, ya puedes ir saliendo!
– Sí, sí, claro.
Fermín salió de la caracola, no había dado ni tres pasos, cuando un enorme pulpo grisáceo se lanzó tras él y éste, de un salto, se metió de nuevo dentro.
El pulpo, al ver que el delicioso cangrejo se escondía en aquella caracola, la asió con sus pegajosos tentáculos y comenzó a zarandearla con fuerza.
Dentro Fermín y Federica aguantaban los bruscos vaivenes, apuntalándose como podían.
El pulpo, cada vez más impaciente, se abalanzó sobre la caracola, escupiendo su negra tinta al interior rosado y, en pocos segundos, allí dentro reinó la oscuridad.
- ¡Verás como ahora sales!
Federica y Fermín con tizne hasta los ojos, temerosos de la negrura, no se atrevieron a mover ni una pata.
El pulpo, cada vez más enfadado, deslizó sus tentáculos a través de la espiral en busca del delicioso y ansiado manjar.
-¡Pero, ¿qué es esto? ¡Sois dos! Mmmmm...
Dentro los dos cangrejos notaron infinidad de tentáculos que trataban de asirlos. Patalearon y pellizcaron sin cesar, pero uno de ellos se enroscó en una pata de Fermín tirando de él hacia el exterior.
En vano fueron los esfuerzos de Federica por ayudar a Fermín, ya que no pudo evitar que el pulpo se lo llevara y, muy enfadada, salió tras él.
Al ver la babeante sonrisa del feo pulpo, se lanzó sobre su cabeza gritándole y pellizcándole tan fuerte como pudo.
- ¡Suelta al cangrejo!, ¡o te daré tantas patadas y pellizcos...!
– ¡Jo, jo, jo! En cuanto te coja cangreja gritona...
Con tanto alboroto un montón de erizos salieron del arrecife para ver qué ocurría.
- Pero, ¡qué escándalo!, ¿quiénes gritan tanto...?
- ¡Erizos, ayudadnos por favor!, ¡soy yo, Federica!,
¡este feo pulpo nos quiere comer!
- ¿Federica?
Cuando los erizos vieron a su vecina Federica en peligro se lanzaron, en tropel, contra el enorme pulpo, cubriéndolo, por todos sus flancos, con sus punzantes púas.
El pulpo, enfurecido, se revolvía dando tentaculazos a diestro y siniestro, en pocos segundos, de la cabeza a los tentáculos, empezaron a salirle unas ronchas azuladas.
Los erizos, que sabían que sus punzadas eran muy tóxicas e irritantes, se soltaron del azulado pulpo y este rascándose huyó despavorido.
Federica y Fermín agradecieron a los erizos su ayuda.
Fermín estaba muy emocionado al ver que todos le habían defendido y ayudado sin conocerlo.
Los erizos, con su hazaña, ganaron más amigos y gran parte de los habitantes del bosque de algas, que les temía, desde ese día les mostraron admiración.
Federica ofreció a Fermín compartir su casa, mientras su coraza se fortaleciera y Fermín aceptó encantado.
Ambos cangrejos pasaron unos días limpiando la negra tinta de la caracola rosada.
Con el tiempo el caparazón de Fermín se fortaleció y pudo disfrutar conociendo nuevos amigos, en infinidad de aventuras, por el arenal del fondo del mar.
Dedicado a todos los grandes y pequeños que cuidan de nuestro planeta.
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